El robo más grande jamás contado… por Santiago Segurola

El maravilloso Iniesta se reservó la bala decisiva para el último minuto de un partido memorable para este Barça. No fue un pase, ni un tiro corto, ni una pared, ni nada de lo que acostumbra el centrocampista del Barcelona. No había tiempo para exquisiteces. El tiempo se le escapaba entre los dedos a su equipo, que no había encontrado las rendijas para igualar el sensacional gol de Essien en el minuto nuevo.

El largo y tenaz asedio del Barça no había producido ningún remate entre los palos, ni ninguna intervención de Cech. El Chelsea, el menos ambicioso de los equipos, armó una pared impenetrable. Lo fue hasta la jugada final del azulgrana, la feliz conexión entre Messi y Andrés Iniesta, que apareció libre por fin. De la chistera sacó una carta imprevista, un tiro duro, lleno de efectos y veneno, el tiro que clasificó al Barça para la final de Roma.

Tom Henning Øvrebø

Tom Henning Øvrebø

Seguramente no fue el mejor partido del conjunto de Guardiola, pero pocos equipos han merecido tanto un golpe de fortuna, algo parecido a la justicia, si eso es posible en un deporte tan impredecible. Si algo dice este partido, es que el Barça también funciona contra los elementos.

Tuvo todo en contra: las ausencias de sus centrales titulares, el golazo de Essien, la expulsión de Abidal y la respuesta marcial de un adversario que tiró del catenaccio durante toda la eliminatoria. Es cierto que el Chelsea tuvo un par de excelentes oportunidades, pero no se podía esperar otra cosa de un partido que favoreció todos los planes de Hiddink.

El gol de Essien tuvo un efecto devastador sobre el Barcelona, que comenzó con personalidad y muchos pases. Era el equipo de siempre frente al rival que se suponía. Pero el tanto del Chelsea giró definitivamente el partido, no tanto por su importancia en la eliminatoria como por la consagración del plan inglés: defensa, pierna dura, ninguna concesión y el ojo puesto en los errores del rival. Hubo varios y Drogba estuvo a punto de aprovechar alguno. Touré Yayá fue el central elegido para detenerle. Lo hizo perfectamente, pero Busquets jugó con una timidez desacostumbrada. Perdió pases sencillos y nunca logró imponerse.

El sufrimiento del Barça fue enorme. Nunca abandonó la esperanza y sólo se descompuso en los últimos minutos, cuando no había otra alternativa que la heroica. Hasta entonces fue un buen equipo con poco remate. Messi no regateó, pésima noticia, porque su equipo lo necesitaba eliminando gente y dentro del área.

Etoo permaneció sin abastecimiento toda la noche, en busca de un remate que jamás tuvo. Alves jugó con más descontrol que nunca, afectado por el gol, por la tarjeta amarilla que le impedirá jugar la final y por la ansiedad. Desperdició media docena de centros y remates.

La enorme ventaja del Barça en la posesión (70%) no significó gran cosa esta vez. Sirvió como símbolo de lo que representaban los dos equipos. Uno quería jugar. Otro se defendía con todo. El Chelsea se volvió impenetrable. Volvió a faltarle cualquier
señal de grandeza.

Su objetivo siempre fue el mismo durante la eliminatoria: destruir el delicado tejido del conjunto azulgrana. Lícito, casi eficaz, pero pobre para un equipo que se ha gastado 500 millones de euros en los últimos cuatro años. Por ninguna parte se vio la famosa generosidad y vértigo de la Premier League. Cerrojazo y a otra cosa.

En medio de las tensiones del partido emergió la figura de un árbitro lamentable. Ovrebo se apellida y podrá asociarse desde ayer a una falta de rigor en todos los sentidos. El técnico y los jugadores del Chelsea se quejaron, con razón en algunos casos, de los penaltis que el tal Ovrebo no señaló.

El conjunto de Guardiola se quejó, con la misma razón, de las innumerables faltas que cometió el Chelsea con el consentimiento del árbitro, de las pérdidas constante de tiempo, de la injusta expulsión de Abidal. Nadie se puede quejar de la fantástica actuación de Víctor Valdés, rápido y ágil en todas las situaciones límite.

Ni de la ambición del Barça, con 11 y con 10 jugadores. Finalmente, el partido derivó en lo que Hiddink quiso: retiró a Drogba, su temible delantero centro, y entró Belletti para añadir más defensas y cerrar el encuentro. Hiddinki sólo pensó en el resultado, pero el resultado le traicionó. Hace 21 años, le funcionó con el PSV Eindhoven. Esta vez, no. Llegó Iniesta para inventarse un tiro perfecto y para llevar al Barça donde lo ha merecido toda la temporada: a la final de la Copa de Europa.

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

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Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke - Theory Campaign Spring 2013

Lena Gercke – Theory Campaign Spring 2013

Fuente: Lena Gercke Facebook

Entrenamiento del Real Madrid en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

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Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

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Entrenamiento en el Etihad Stadium

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Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Entrenamiento en el Etihad Stadium

Mánchester o nada (por David Gistau)

Nuestro protagonista es un hombre que ha pasado en coma los últimos 10 años y despierta hoy. El alborozo es grande entre su familia. Al menos hasta que reparan en que alguien va a tener que informarle de la evolución del país, y más valdrá tener un ansiolítico a mano cuando eso se haga. Encima, nuestro protagonista es monárquico, y ahí sí que, advierte el médico, lo podemos volver a perder si se le cuenta todo. Sería mejor protegerlo con una mentira como la de Goodbye, Lenin y pasarle antiguos vídeos de adhesión al pie del balcón, y de Urdangarin presentando a los fotógrafos bebés rubios, y del Rey trotando feliz con los esquíes al hombro.

Nuestro protagonista también es madridista. Cuando le informan de que precisamente esta semana hubo dos clásicos, y le cuentan que el de Liga terminó con el Barcelona agarrado al fatalismo arbitral, el hombre dice: «Ah, menos mal que por lo menos eso no ha cambiado. El fútbol sigue igual». Entonces, su pariente y el médico se miran, como si cada uno prefiriera que fuera el otro quien le matizara esa impresión. Por fin, su familiar se sienta a su lado en la cama, le coge la mano, y dice: «Esto no va a ser fácil. ¿Te acuerdas de aquel jugador, uno que se llamaba Guardiola? Pues bueno, resulta que…».

Real Madrid 2-1 Barcelona

Real Madrid 2-1 Barcelona

Cuando le hayan contado todo, el hombre, espantado, apenas se atreverá a preguntar: «No irás a decirme ahora que también el Atleti nos ha estado ganando los últimos 10 años». «Quita, quita, eso ya se lo cuento yo», dirá el médico.

¿Cuál habría sido el estado de ánimo de nuestro paciente si se hubiera despertado cuando el primer clásico de Mourinho? Aquel 5-0 en el que encontraron un punto de apoyo argumental todos los comentaristas tan envenenados de prejuicios que, en la hora del mérito, son capaces de omitir el nombre del entrenador en las crónicas, como si se tratara de un Trotsky borrado de la foto. Estos años han sido abrasivos para todos los que, en un lado o en el otro, riñeron un clásico descomunal en el que estaba en juego algo más que un título: lo que había en disputa era la disposición jerárquica de la posteridad, con un Barcelona que, en pocos años, los equivalentes a los 50’s del Madrí, fue capaz de completar un viaje asombroso, desde el este año sí a la multiplicación de la gloria. Y al hábito de las goleadas con el que consiguió que una parte del madridismo hiciera la aceptación psicológica del segundón.

El Barcelona que compareció en Chamartín el sábado y se dejó ganar por un equipo trufado de suplentes y un error arbitral ya era un no-muerto que venía de San Siro y del baño en Copa consciente de su finitud. Al espectador madridista, quién le habría dicho que este equipo autor de tantos desastres traumáticos no significaría ya sino una colleja rutinaria a la espera del verdadero gran partido, que es el de Old Trafford. El Barcelona de repente tiene en Messi un crack indolente y enfadado que recuerda al de la albiceleste: si la inercia del juego no le favorece, él se ausenta, no lucha por cambiarla. Tiene un entrenador, que no es culpable de nada, como no lo es el Barcelona de la enfermedad de Vilanova, pero que parece no atreverse a confesar que él entró en el vestuario a dejar las cocacolas y lo confundieron, como a Fernán Gómez en El fenómeno. Y tiene su estilo degradado a parodia estéril. ¿Cómo es posible que gente de tanta calidad, que dispone de la pelota tanto tiempo, no acierte ni a tirar a puerta en medios tiempos completos?

Mourinho también ha ardido estos años, en parte por errores suyos, pero, sobre todo, por la formidable hostilidad periodística, de la que no había antecedentes. Antes de que el Barcelona tuviera tan mala pinta como la que tiene ahora, él logró agitar la resignación madridista, rebelarse contra esa pérdida de jerarquía que parecía definitiva y que había sembrado tal síndrome de Estocolmo que hasta el madridismo, desapegado de su propia tradición, como si careciera de pasado y de glorias propias, estaba dispuesto a reconocer que jugar bien sólo es hacerlo como el Barcelona. Mientras sufría los 2-6 y los 5-0, quién le habría dicho a la gente de Chamartín que, apenas un par de años después, jugar contra el Barcelona volvería a ser lo que es ahora.

Con todo, aun en la euforia de los clásicos, la situación del Real Madrid es engañosa. Si cae en Old Trafford, presentará, como único balance, una final de Copa. Y eso no es suficiente.

Fuente: El Mundo

Benzema (por Ignacio de la Rica)

Cuando adopté a mi primer perro me dijeron que para enseñarle a obedecer tendría que mandarle con voces cortas y rotundas. Pero yo nunca he sabido gritar. No tengo voz; no soy capaz de hacerme oír por alguien que esté a cuatro metros, si hay un poco de ruido de fondo. Así que, ignorando los consejos expertos, me propuse que mi perro obedeciera con voces cortas, pero audibles casi solo por él, y, eso sí, premiadas o castigadas sin escatimar la recompensa. Lo conseguí con el primero; sin embargo, a Nico -que, como diría Fidel Castro, es un mariconsón- le basta un chasquido de mis dedos para tumbarse, dejar de dar la lata o seguirme por la calle, detrás de mí y sin que yo tenga que ir sujetando una correa.
Cuando hay mucho ruido, la única manera de hacerse oír es gritar más. Cuando la vida cotidiana está repleta de escándalos, se corre el peligro de convertir en tal hasta las cosas más nimias, no porque tengan chicha sino porque se tienen que contar a gritos. Vivir rodeado de bárcenas, urdangarines, eres andaluces o comisiones del 3%, tiene el peligro de convertir en un escándalo que a Benzemá le hayan pillado a 216 kilómetros por hora, a las dos de la noche, en una autopista vacía de cuatro carriles.
No puedo decir que conducir a esa velocidad esté bien, aunque solo sea porque es ilegal. Pero sostengo que si a muchos no nos pillan es porque hemos tenido buena suerte, hasta ahora, o porque no tenemos carro suficiente. Noticia de primera página, aspavientos, editoriales y varias asociaciones que piden multas millonarias, prisión mayor y el fuego eterno para el delantero francés. Y, de paso, que le multen a Casillas por conducir escayolado y a Piqué por llevar en brazos a su hijo recién nacido. Hipocresía de primera clase. Y ganas de las asociaciones más curiosas de hacerse un hueco en el planeta mediático.
Entre las ganas de unos por salir en la tele, la necesidad de la prensa de hacerse oír en medio del griterío e incluso por el prurito profesional del reportero que tiene que demostrar que «tengo las fotos» hace que parezca un escándalo mayúsculo el rutinario hecho de que el sol se levante todos los días por el este. De esa manera, acaban de titular de primera página hechos también ordinarios como que una empresa contrate o despida, venda y cobre por ello, tenga beneficios y pague impuestos, pida un crédito y lo devuelva, o no pueda devolverlo. Coger el gusto a escandalizar y a ser escandalizados tiene el riesgo de acabar trivializando las conductas más escandalosas y criminalizar conductas triviales.
Karim Benzema

Karim Benzema

Fuente: Expansión